La niña triste de la Calle 33

Soledad era una niña triste. Vivía encerrada en sus pensamientos. Hablaba poco y se relacionaba lo justo con los de su edad.

Últimamente, nunca se sentía demasiado a gusto en ningún sitio. Siempre tenía la sensación de no encajar y pedía irse a otro lugar al que nunca nadie la llevaba.

Alguna mañana, al despertar, no reconocía ni su habitación. Todo se le hacía raro, ajeno. 

Aunque había personas al cargo de ella, ya nunca veía a sus padres. Los echaba de menos. Mucho. Y preguntaba por ellos a menudo sin obtener respuesta.

Participaba en todas las actividades posibles para entretenerse durante las horas de larga espera hasta que ellos vinieran a buscarla. Hacía poemas, contaba cuentos y pintaba paisajes infinitos. Luego los miraba como si se perdiera en ellos eternamente. Pero sus padres nunca venían a buscarla.

En el cuello seguía llevando el colgante de la plaquita de plata con la dirección de la Calle 33 por si se perdía y no sabía volver a casa. En el reverso también estaba su nombre y su grupo sanguíneo. Ella enseñaba la placa para que alguien la llevara allí, pero nunca le funcionaba ese truco.

Tenía una mirada dulce, temblorosa, profunda, curiosa. Siempre observando lo que ocurría a su alrededor. Mirándolo todo desde la lejana perspectiva de sus pensamientos no compartidos...


... Soledad tenía 73 años y estaba enferma de alzheimer desde hacía más de 10 años. Hasta sus hijos habían dejado de ir a visitarla porque ya no se acordaba de ellos. Malnacidos.

Yo preferiría morir que vivir en el olvido.

Esta mañana he ido a su sepelio. Y he sentido alivio. Por fin se ha escapado de este mundo desconocido para ella. Su cruel prisión de realidad.

He negado el saludo a sus hijos mirándoles a la cara. Me he sentido bien haciéndolo.

Soledad, yo te recordaré tal y como eras... un amor de niña.



Comentarios

  1. Tuve una experiencia exactamente igual. No les negué el saludo en el funeral porque no tuvieron la decencia ni de asistir.
    Pero si me los encontré en un restaurante después de unos años. Y ahí ya, me dejé ir. No alivia el cabreo, pero al menos ellos pasaron un mal rato.
    Un besote reina

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  2. ay madre mia!! que vida esta tan triste y tan jodia.....

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  3. Soledad nunca dejó de escribir poemas, contar cuentos y dibujar paisajes infinitos, por eso le chorreaba las memoria por los oídos, para no escuchar a sus hijos.
    Un abrazo, muy bonita entrada.

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  4. Mirad, este escrito, en traducción libre, fue publicado en la Gaceta del Hospital Guy, del distrito de Greenwich (Londres) el 2/2/1974. Aparece mencionado como tal en el libro "Solas" de Carmen Alborch, que me estoy releyendo estos días.
    Escrito por una anciana solitaria y silenciosa, recluida en la zona geriátrica, considerada hasta entonces como incapacitada para leer y escribir por sus cuidadores, el original fue hallado en su taquilla tras su muerte...


    ¿Qué veis, enfermeras, qué veis? Pensáis cuando me estáis mirando: una anciana decrépita y obtusa con los ojos perdidos que toma su comida y nunca responde.

    Cuando alzáis la voz diciéndome: me gustaría que lo intentaras... Os diré quién soy, mientras permanezco aquí sentada, inmóvil, mientras me levanto siguiendo vuestro mandato y como, según vuestro deseo.

    Soy una niña de diez años, con papá y mamá, hermanos y hermana que se quieren los unos a los otros. Pronto una novia de veinte años, cuando mi corazón dio un salto recordando las promesas que juré cumplir.

    Con veinticinco tuve mis propios niños que precisaron de mí para construir un hogar seguro y feliz. A los cincuenta, de nuevo, nuevos niños corretean entre mis rodillas. Pero los días oscuros se ciernen sobre mí, con la muerte de mi hombre. Miro al futuro y me encojo con temor. Los jóvenes de mi familia están todos muy ocupados en sus asuntos. Y pienso en los años de amor que he conocido.

    Ahora soy una mujer vieja y la naturaleza es muy cruel. (...)El cuerpo se resiente, la gracia y el vigor se han ido... ahora sólo hay una piedra donde antes había un corazón. Pero debajo de esta vieja carcasa una joven adolescente aún alienta y ahora, de nuevo, mi castigado corazón renace.


    Recuerdo las penas, recuerdo el placer, de nuevo amo y vivo otra vez, y pienso que los años son demasiado pocos, han pasado demasiado deprisa.

    Y acepto el hecho de que nada durará. Por tanto, abrid vuestros ojos, enfermeras, y mirad. No soy una vieja decrépita, ¡miradme de cerca, vedme...!

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