Duna había extraviado su distante y cómodo punto de vista.
Sentía.
No controlaba lo que pasa a su alrededor.
Tenía miedo.
Se retorcía en la incomodidad de sus más profundas debilidades.
Lloraba.
Ya no tenía suficiente con las pequeñas cosas que antes la llenaban.
Estaba vacía.
Le costaba un mundo mitigar sus irreflexivos impulsos.
Temblaba.
Había roto en mil pedazos su autoimpuesto e inexpugnable palacio de hielo.
Tenía frío.
Habían despertado los viejos fantasmas encerrados en las mazmorras del olvido.
Sufría.
El pecho volvía a dolerle, en el mismo sitio.
Se consumía.
Tenía la mente permanentemente nublada sin motivo.
Enloquecía.
Había perdido la paz que tanto le costó construir.
Moría.
Y aquel acantilado ya no parecía tan peligroso...
...solo hacía falta un paso.
Y podría volver a nacer.
Sin dolor.
Sin pasado.
Sin nada.
Solo ella.
Desierta como su nombre.
Yo prefiero sentir, llorar, sufrir y enloquecer antes que estar desierta...eso significa que estás viva. Los que ni sienten ni padecen nunca me han dado confianza.
ResponderEliminar1besico!
1) Es un post muy chulo, Charlotte.
ResponderEliminar2) La foto de la nena en el precipicio también mola.
3) Lux Aeterna me suena de un libro de Zafón, creo que La sombra del viento.
4) La musiquilla es de un anuncio pero no recuerdo de cuál.
5) Hubiese sido un gran texto para el Sr. Mono.
Saludos, monada.
Fiona, pues a mí, a veces, me gustaría ser yerma. Todo sería mucho más sencillo. Fácil.
ResponderEliminarTripi, gracias...