Quiero ser célibe,... al menos un rato

Una vez te cansas del género contrario hasta el punto de estar tan avorrecida que ya no es ni el género opuesto, sino que más bien es 'el enemigo'. Cuando ya estás harta de aguantar gilipolleces y tonterías propias del coqueteo, del que sí que no, del tonteo y demás altibajos románticos. Y, sobretodo, teniendo pilas en casa,... el celibato voluntario es la mejor opción. Al menos estás tranquila, oye. Que dure, que dure.

Eso sí, prepárate, porque una vez tomas esa decisión de forma indefinida, general y permanente (vamos, hasta que te dé la gana, como a los etarras)... Aparecen como setas, oye. Del presente, del pasado, de todos lados. Incluso desconocidos.

Ésta misma mañana ha sido buena: me voy yo solita a desayunar vestida de riguroso pingüino porque hoy tenía un par de reuniones serias y en mi trabajo las apariencias valen su peso en oro, sobretodo siendo mujer relativamente joven (este tema, ya lo trataremos en profundidad otro día).

Total, que voy yo andando hacia la terraza soleada del bar de todas las mañanas absorta mirando el puto listófono del trabajo revisando unos mails, cuando, ¡paf! me topo con un tío parado justo delante de mis narices. Moreno, más alto, traje oscuro, camisa granate, pelo engominado ondulado por encima de los hombros (vamos, un ¡arrrrgh! en toda regla).

Se me queda mirando a los ojos, me sonríe, se toca el pelo (y no se le han quedado los dedos pegados de milagro) y va el muy machote y me suelta: "si me dices donde está la calle 'tal' te invito a un café".

(¿Peeeeerdona?)

Obviamente, se ha llevado un: pues mira, te lo iba a indicar, pero ahora resulta que ya no me acuerdo...

(Gi-li-po-llas)

Ni con ellos ni sin ellos. Menuda cruz. Con lo bien que se puede llegar a estar sola, leches. Que yo lo sé.

Ádemás, hoy, ni casarse ni embarcarse.